No se trata sólo de migrantes: se trata de nuestra humanidad.
Raquel Martínez y Rodrigo Lastra
No se trata sólo de
migrantes: se trata de nuestra humanidad.
No se trata sólo de
migrantes: se trata de no excluir a nadie.
No se trata sólo de migrantes:
se trata de poner a los últimos en primer lugar.
No se trata sólo de migrantes:
se trata de la persona en su totalidad, de todas las personas.
acoger, proteger, promover e integrar.
Francisco comienza su mensaje para la Jornada Mundial del migrante y
refugiado del 2019 como suele hacer la Iglesia: escuchando el clamor de la
humanidad. Para llegar a la conclusión de que son los pobres quienes más sufren las consecuencias de este mundo
de desencuentro. En este escenario, las
personas migrantes, refugiadas, desplazadas y las víctimas de la trata, se han
convertido en emblema de la exclusión.
Y nos invita, especialmente este año, a los cristianos y personas de
buena voluntad de los países que ahora acogen inmigrantes y refugiados, que
venzamos los razonables miedos que los nuevos signos de los tiempos nos pueden
asaltar. La acogida al inmigrante no sólo no es ajena a nuestro ser cristiano,
sino que es algo consustancial.
La migración es un hecho constante en la historia de la salvación escrita
en la Biblia. Está presente desde el momento mismo de la formación del pueblo
hebreo hasta la comunidad de cristianos que nos consideramos peregrinos en esta
tierra; Dios le dice a Abraham Sal de tu tierra. Jacob, en el texto que resume
la historia de Israel, comienza diciendo: Mi padre era un arameo errante (Dt
26,5). La conciencia de ser nómada es
tan fundamental para Israel que se acordará siempre de que es un emigrante con
residencia en un país que no es el suyo: Yo soy huésped tuyo, forastero como
todos mis padres (Sal 39,13).
Toda esa experiencia hará que el pueblo de Israel trate con especial
delicadeza y predilección al forastero, algo totalmente novedoso en el mundo
antiguo. Es precisamente la memoria del sufrimiento la que fundamenta los
derechos del inmigrante; cuando un emigrante se establezca entre vosotros, no
lo oprimiréis. Será para vosotros como el nativo: lo amarás como a ti mismo,
porque emigrantes fuisteis en Egipto (Lv 19,33-34). Os llamaré a juicio, seré
testigo contra (...) los que defraudan al obrero de su jornal, oprimen a viudas
y huérfanos y atropellan al emigrante sin tenerme respeto (Mal 1,3-5)...
Los seguidores de Jesús recogerán toda esa
tradición para llegar mucho más lejos. Jesús con su familia tuvo la vivencia del
migrante, pues desde niño la experimentó (Mt. 2,13-23). Es Jesús quien pide a
sus discípulos que vayan a recorrer los caminos sin nada, siendo su patria sus
sandalias. La carta a los hebreos lo subraya: Forastero en todas partes va
siempre en busca de una patria mejor (Hb 11,14-16). Para nuestra condición
de extranjeros, lo esencial no es
estar aquí o allí, sino buscar y construir el Reino allí donde uno se
encuentra. Pablo, en un texto con importante vocación universal, indica cómo
ese sentirse extranjero conduce a una
nueva ciudadanía: ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino ciudadanos y
familia de Dios (Ef 2,19).
La experiencia de
movilidad es la realidad social dominante en las primeras comunidades
cristianas. Esa realidad social de los migrantes y su fuerza espiritual
configuraron una forma de vida que adelantaba el horizonte de la fraternidad
universal, construyendo paso a paso la familia mundial, o «católica» de los hijos Dios.
Ayer como hoy, es la acogida y el encuentro lo que hace humanidad. El temor
a lo diferente es legítimo, nos recuerda el Papa, pero El miedo nos priva del deseo y de la
capacidad de encuentro con el otro, con aquel que es diferente; nos priva de
una oportunidad de encuentro con el Señor. Por eso cristianamente hay que
combatir ese miedo con AMOR. Hay que combatir los miedos personales y especialmente
hay que luchar contra los miedos alentados políticamente con finalidad nada
cristiana.
Francisco, yendo más lejos afirma que el
verdadero lema del cristiano es “¡primero los últimos!” (Mc 10,43-44). No se
trata sólo de migrantes: se trata de nuestra humanidad. De nuestra
humanidad en un doble sentido: de nuestra compasión (padecer con, poniendo como ejemplo al samaritano Lc 10). Y de
nuestra humanidad referida a todo el conjunto de hombres y mujeres que
habitamos el planeta. Pues no solamente está en juego la causa de los
migrantes, no se trata sólo de ellos,
sino de todos nosotros, del presente y del futuro de la familia humana y la
casa común. Los migrantes, y especialmente aquellos más vulnerables, nos ayudan
a leer los “signos de los tiempos”. A través de ellos, el Señor nos llama a una
conversión
Es verdad que la
inmigración ha supuesto en la historia y sigue suponiendo hoy motivo de grandes
desgarros, de inmensos sufrimientos. Pero
no es menos cierto que las migraciones han supuesto y deben suponer ocasiones
privilegiadas para el avance de la HUMANIDAD, la CULTURA del ENCUENTRO y la FRATERNIDAD
UNIVERSAL, como nos vuelve a interpelar Francisco.