El alcalde que dimitió en solidaridad con los inmigrantes
Francisco Beltrán Odri, in memoriam. Cuando nos fuimos a vivir a Zaragoza, Julián Gómez del Castillo siempre nos contaba que en Fraga, población del oriente aragonés de unos 15.000 habitantes, hubo un alcalde que dimitió en solidaridad con los más débiles. Siempre lo puso de ejemplo de dignidad en la vida política. Una tarde de verano del año 2004 fuimos a verle. Rosario y Francisco nos recibieron calurosamente en su casa sencilla del centro de Fraga.
La
entrada de la casa la presidía un gran retrato de Guillermo Rovirosa:
“Le debo muchas cosas” nos dijo cariñosamente. Pasamos una tarde
entrañable. Hablamos de todo, especialmente de su vida y su compromiso
político. Es por eso que al enterarnos de su fallecimiento, en señal de
gratitud y para dar a conocer su testimonio, nos sentimos en la
obligación de escribir estas letras. Letras fruto de esa larga
conversación y alguna otra posterior, de los artículos de prensa que él
mismo nos pasó, y de la preciosa semblanza que escribió el sacerdote
Ramón Prat i Pons.
“Sisco”,
apodo cariñoso con el que era conocido Francisco Beltrán Odri, nació en
Fraga (Huesca) el 11 de noviembre de 1924. Su padre, jornalero, su
madre, limpiando casas ajenas para completar un jornal sinónimo de
pobreza. La casa de su infancia estaba en la zona más pobre de Fraga.
Tanto es así que parte de ella estaba excavada en la propia roca de la
montaña. A los 8 años ya conoció la amargura del trabajo forzado:
ayudante de pastor, peón de albañil o labores del campo fueron su
temprana escuela. La pobreza se agudizó más durante la guerra y la
postguerra. Su padre, militante del Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM) tuvo que exiliarse a Francia, con lo que esto suponía de
estigma y miseria en aquella España tercer mundo. Así fue la infancia
de Francisco, como la de tantos otros militantes: miseria, persecución,
trabajo forzado, ausencia de escuela, padre forzosamente ausente... y
sin embargo ¿cómo explicar los frutos posteriores de vidas íntegras
entregadas amorosamente a los demás? Sólo encuentro una respuesta: el
amor a un Ideal de justicia y honradez trasmitido en esa familia fue
capaz de transcender ampliamente todo sufrimiento, y transformar lo que
podía haber sido resentimiento y amargura en generosidad y entusiasmo.
Ese
amor al Ideal cobró una nueva dimensión al descubrir la fe y
encontrarse con el Cristo de los evangelios. Cómo el mismo cuenta, “con
14 años yo era analfabeto. Mi madre y el cura decidieron enviarme a
Lérida para asistir a unas charlas sobre religión. Accedí, no por
devoción, sino porque daban muy bien de comer. Pero en la charla del
sacerdote escuche: Bienaventurados los pobres... bienaventurados los que
luchan por la justicia...”. Su conversión no estuvo exenta de
sufrimientos. Su padre, exiliado en Montauban (Francia), al enterarse,
dejó de hablarle por considerarlo una traición a la clase obrera.
Francisco, tras una larga convalecencia en la que se vio obligado a
permanecer enyesado inmóvil durante 6 meses fruto de una enfermedad
laboral, profundizó en esa espiritualidad cristiana recién conocida de
la mano de las obras de Carlos de Foucauld y de Joseph Cardinj. "Al
conocer a Jesús, adquirí el compromiso de luchar por los pobres y me
prometí a mi mismo luchar por el movimiento obrero". Así descubrió al
Jesús que está con los pobres y la necesidad de tender puentes entre la
Iglesia y el mundo obrero, realidades que en las últimas décadas habían
sufrido grandes desencuentros. Comenzó a colaborar con su parroquia
donde conoció la Juventud Obrera Católica (JOC) de la que sería
presidente con 22 años, y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).
Esos
puentes que se empezaban a tender, también dieron sus frutos en el
plano personal. En 1957, el obispo de Lérida invitó a Sisco a participar
en el Congreso Mundial de Jóvenes Trabajadores que se celebraba en
Roma. Allí fue la primera vez que habló en público ante un gran
auditorio. Fruto de su intervención quedó ya fichado por la policía de
Franco. Allí también, nos contó con gran entusiasmo, se encontró con
Cardijn... encuentro que le marcó para siempre.
A
la vuelta del congreso sucedió lo que Beltrán consideró un milagro. De
regreso a España, el tren debía parar dos horas en la estación de
Lourdes. Sisco había escrito a su padre con la esperanza de que se
pudieran ver. Le busco por toda la estación sin resultado. Ya cuando el
tren estaba a punto de partir, entre los más de 3.000 jóvenes allí
presentes oyó la voz de un joven que decía su nombre, que un padre
estaba buscando a su hijo. Bajó del tren y sin decir palabra se
abrazaron fuertemente y lloraron abrazados hasta que el tren emprendió
su marcha. Seis meses después moría su padre. Sisco no pudo esta vez
pasar la frontera porque estaba fichado por la policía. Pero su hermano
le indicó que su padre antes de morir había recobrado la fe cristiana y
recibió los santos sacramentos.
En
1959 se casó con Rosario, mujer indispensable para todo lo que vendría
después. Fruto de ese amor nacieron dos hijas y un hijo. De Rosario
habló así Sisco: “Rosario ha sido fundamental en mi vida, todo lo que
soy y he llevado a cabo se lo debo a ella; Ha sido para mí un auténtico
testimonio de fe y una compañera fiel y silenciosa de compromisos
cristianos”
Esos
años posteriores fueron de compromiso creciente en su parroquia y en la
HOAC, en gran medida por la influencia que ejercieron sobre él
Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón. En 1961 se tradujo la español la
carta colectiva del episcopado francés titulada “El compromiso temporal”
invitando a los cristianos a comprometerse en la transformación del
mundo y sus estructuras. Su lectura causó un hondo impacto y fue
decisivo para que diera el salto al mundo político, clandestino todavía
en aquellos años. Ingresó en el Partido Socialista de Cataluña (PSC)
primero y posteriormente, tras su fundación en el Partido Socialista de
Aragón (PSA). Fue con estas siglas con las que se presentó como
candidato a diputado en las Cortes Constituyentes. Posteriormente fue
diputado en el Parlamento de Aragón y participó en la fusión con el PSOE
hasta que en 1979 dimitió para presentarse como alcalde por su ciudad.
En las primeras elecciones ganó obteniendo 8 concejales. Las 3
siguientes elecciones a las que se presentó ganó con mayoría absoluta,
consiguiendo 13 de los 17 concejales. De los 10 concejales de su
partido, 10 provenía del mundo de Iglesia.
Durante
los años que estuvo en política activa nunca cobró sueldo alguno. Vivió
de su trabajo como mecánico. Los numerosos viajes que realizaba por
toda España fruto de sus cargos los hacía con su coche y pagando la
gasolina de su propio bolsillo. Ni secretaria tuvo. Es por eso que
siempre ganó con holgadas mayorías, y fue profundamente querido por los
más débiles de su ciudad, especialmente el colectivo gitano que le tenía
verdadera pasión. Profesionalmente trabajó en el ramo del metal, lo
cual le llevó, junto a un compañero de trabajo, a montar una empresa de
venta y reparación de maquinaria agrícola.
El
año 1992 sucedieron los dolorosos hechos que afectaron a un grupo de
inmigrantes que habían venido a Fraga. En la ciudad se habían
concentrado más de 700 inmigrantes, la mayoría sin papeles, buscando
trabajo. Las autoridades advertían que la contratación de indocumentados
estaba penalizada con una multa de medio millón de pesetas. Esto
ocasionaba que la mayoría de los inmigrantes viviera sin trabajo y sin
nada para comer. Como alcalde, Sisco insistía cada día al gobernador
civil, y la respuesta consistió en aumentar la plantilla de la Guardia
Civil. La oposición aprovechó la ocasión para fomentar una rebeldía
contra el Ayuntamiento que, de hecho, era el único organismo que
intentaba dar una solución digna a la situación, facilitando comida y
dependencias municipales para que aquellas personas tuvieran un techo.
Una buena parte de los vecinos exigía la expulsión de los inmigrantes.
Incluso se llegó a perseguirlos, llegando a producirse palizas contra
los inmigrantes, motivo por el que detuvieron a 12 jóvenes.
Este
hecho abrió los telediarios nacionales. En Aragón y en Madrid,
gobernaban los socialistas, la gente de Paco, y la solución que le daban
era más dureza policial. Sisco defendía a los desgraciados y a quienes
les ayudaban y también intentaba comprender a su pueblo que muchas veces
actuaba más por miedo y desconocimiento que por racismo. Pero la calle
acabó pidiendo más mano dura y menos debilidad del alcalde. A esto se
sumó los disgustos en los despachos: Huesca, Zaragoza, Madrid...puertas
cerradas. Uno de estos disgustos le costó el primer latigazo serio al
corazón. El gobierno era de su partido, pero no se reconocía en él: “era
un gobierno prepotente, me encontré en la soledad más absoluta”. Estos
hechos supusieron un enfrentamiento con la ética cristiana. Después de
una serena reflexión dimitió de todos los cargos públicos que ocupaba
por motivos éticos y evangélicos.
El
propio Sisco expuso más adelante las razones de su dimisión: "No fue
fruto únicamente de los sucesos que se produjeron a raíz de los
inmigrantes. Mi ideal político -derivado de mi compromiso cristiano-fue
siempre la lucha por la libertad y solidaridad. Me daba cuenta que el
modelo de sociedad que se promovía era totalmente capitalista: un culto
al dinero, el consumo y el poder. El hecho concreto de los inmigrantes
acentuó mis conclusiones. Mi conciencia entró en una absurda
contradicción: había de solidarizarme con los pobres, o continuar en el
cargo practicando una política que no tenía nada que ver con mi
compromiso cristiano.”
Cuando
abandonó los cargos públicos su familia era más pobre que cuando había
entrado. Esa es la prueba del nueve de la acción política. Tras dimitir,
dedicó su tiempo al taller, a seguir leyendo y estudiando, a su mujer y
a sus hijos, a seguir colaborando en la parroquia, en Caritas, a ayudar
a las monjas de Sijena. Discrepó ampliamente y cada vez más de su
partido, pero conservó su afiliación por un fuerte sentido de fidelidad
al Ideal con mayúsculas, y a los viejos compañeros. De su paso por la
política activa reconoció que para un cristiano la dificultad más
angustiosa es la convivencia, poco democrática, con las estructuras del
partido y las luchas por acaparar parcelas de poder.
No
comprendía el pragmatismo en que se había instalado el PSOE pero seguía
creyendo que “el futuro de la humanidad avanzará hacia una sociedad
solidaria que a través de la cultura y la enseñanza del pueblo, se
erradicará la pobreza y se liberará a la sociedad de la esclavitud del
materialismo salvaje que hoy vivimos”. Cuando se le preguntó si había
valido la pena vivir ese compromiso político y en la Iglesia contestó:
Gracias a la Iglesia descubrí la fe en Jesucristo. El amor a la Iglesia
está dentro de mí, porque ha hecho de puente con la realidad de la fe.
Todo aquello que ha resultado positivo a lo largo de mi vida ha sido
posible gracias a haber encontrado la riqueza y radicalidad del
Evangelio.
Hace
unos días, su gran corazón, finalmente se cansó de latir. Ha muerto un
militante cristiano, un político honrado, cuyas profundas convicciones
morales y religiosas le llevaron a ver en la política el mejor modo de
amar a sus hermanos. Desde estas páginas queremos ofrecerle un pequeño
tributo a aquel que fue a la política a servir y no a servirse. Hoy más
que nunca hacen falta políticos como él.
Autores: Rodrigo Lastra y Raquel Martínez
Autores: Rodrigo Lastra y Raquel Martínez