La misa de los ateos

El 14 de octubre de 1895, Mariano de Cavia, un periodista zaragozano experto en crónicas taurinas, sátiras políticas y artículos de costumbres, iniciaba sus colaboraciones en El Imparcial con un escrito de llamativo título: La misa del ateo


Retrato de Mariano de Cavia
Cavia pretendía evocar un relato breve de Balzac, de gran popularidad en la época, y escrito para sorprender o acaso edificar al lector. La misa del ateos nos habla del doctor Desplain, un ateo que se jacta de serlo y lanza diatribas con toda clase de argumentos históricos y filosóficos. Pero, un día, su ayudante, el doctor Brianchon, lo encuentra en la iglesia parisina de Saint Sulpice oyendo misa en una capilla. Más tarde se enterará de que Desplain asiste a cuatro misas al año por el alma de Bourgeat, un aguador que compartió con él sus escasos bienes y fue su protector en los años míseros de sus estudios de Medicina. Nada de esto impide a Desplain aferrarse al ateísmo, aunque Balzac transmite la esperanza de que, al final, Bourgeat puede abrir al médico las puertas del cielo.
Para Mariano de Cavia, esta historia es una fantasía sublime, y se le antoja bastante inverosímil. Sin embargo, considera como un hecho real y palpable la existencia de un lugar en el que siempre hay ateos que rezan o asisten a misa: la capilla de la Virgen en el Pilar de Zaragoza. Lo dice un aragonés nacido muy cerca de la basílica pilarista y bautizado en aquel templo, aunque al mismo tiempo sea un heredero de aquel liberalismo progresista de Espartero, que echara raíces en su ciudad de origen. Pese a todo, para Cavia no eran incompatibles las ideas ni con la cordialidad ni con la amistad, como la que, por ejemplo, le unía con el católico Menéndez Pelayo. Y, además, no tenía reparos en admitir, en su artículo de El Imparcial, un milagro muy habitual en su tierra y que, seguramente, se produjo en famosos anticlericales como Goya o Buñuel: «En Aragón, el que no cree en Dios, cree en la Virgen del Pilar».
Tradición, atavismo, regionalismo, patriotería... Ante esta afirmación, surgieron en la época del periodista calificativos de esta índole, que otros, en tiempos más recientes, completarían con los de infantilismo o sentimentalismo. No obstante, Cavia acertaba de pleno al escribir que la Virgen del Pilar es mucho más que una piadosa advocación de la Madre de Jesús. Definía su culto como «un inagotable caudal de fe, esperanza y amor». Podríamos añadir que se asemeja a una poderosa corriente que arrastra a creyentes y no creyentes, y que sólo puede explicarse desde un arraigado sentimiento filial que trasciende los modos de pensar de unos y otros. De ahí que un incrédulo, aunque no necesariamente ateo militante, como Cavia pueda sentirse a gusto entre la multitud de devotos que se postran ante el Pilar. De hecho, se está retratando a sí mismo en su artículo al referirse a un ateo de «buena fe, noble recogimiento y limpio espíritu», que en el fondo no ha dejado de ser el mismo que, a los veintidós años, publicara unos versos para su Virgen en el Diario de Zaragoza, y que sigue llevando en el cuello una medalla pilarista. En otro artículo posterior, Cavia recordará que, ante el Pilar, se unen la fe y la libertad, y califica a la basílica de «mitad templo del Señor, mitad alcázar del pueblo». ¿Piensa el periodista en los sitios de 1808? Sin duda, pero también en la multitud que, en su tiempo y en el nuestro, se acerca a la capilla del Pilar.
Estaban allí como en su casa...

Grabado de la Virgen del Pilar,
de Toribio de la Hoz, 1853
Esa síntesis de lo popular y lo religioso supo expresarla magistralmente Galdós en Zaragoza, uno de sus famosos Episodios nacionales, pese a sus conocidas convicciones republicanas y anticlericales. A diferencia de otros libros del autor, aquí está ausente el conflicto de las dos Españas, y las únicas pasiones enfrentadas son las de la avaricia, los celos o la ambición, aunque, sobre todo,  se palpa la unidad del pueblo, en el segundo asedio de la capital aragonesa, junto a la Virgen del Pilar: «Los rezos, las plegarias y las demostraciones de agradecimiento formaban un conjunto que no se parecía a los rezos de ninguna clase de fieles... Faltaba el silencio solemne de los lugares sagrados: todos estaban allí como en su casa; como si la casa de la Virgen querida, la madre, ama y reina de los zaragozanos, fuese también la casa de sus hijos, siervos y súbditos».
Ecos de esta narración galdosiana parecen estar presentes en La misa del ateos de Cavia, y ambos escritos desentrañan la clave de la enorme devoción pilarista: nadie se siente extraño en la casa de su Madre.
Antonio R. Rubio Plo. Publicado por alfa y omega. ABC.

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