A propósito de una bronca en el 24


El día 19 cogí el  autobús 24 en Valdefierro con mi hija. A los pocos instantes de sentarme se inició una discusión que al parecer comenzó cuando el conductor le dijo a una mujer que tendría que plegar su carro y coger al niño porque ya había otro carro a bordo desplegado. La discusión fue subiendo de tono y varios pasajeros se sumaron exigiendo a la mujer respeto hacia el conductor. Tras varios insultos y amenazas entre la mujer y otros pasajeros, aunque sin llegar a las manos, el conductor paró el autobús y se derrumbó anímicamente sentado en la acera a la altura de los enlaces víctima de una crisis de ansiedad. Al ver su estado la mujer con quien había discutido le pidió perdón visiblemente afectada. El joven conductor sólo repetía entre lágrimas que cada día tenía problemas de ese tipo a bordo y que temía que lo despidieran por ese motivo. Finalmente los pasajeros nos subimos al siguiente autobús que paró detrás del que fue testigo de la bronca quedando unos cuantos al cuidado del conductor en espera de la ambulancia. A mí el episodio me hizo pensar. Me llamó la atención la rabia con que algunos pasajeros reprimieron a la mujer (su acento anunciaba que era inmigrante) si bien esta tampoco se ahorró amenazas e insultos hacia todo el que la increpaba. También me conmovió la ansiosa pena del conductor temiendo por su empleo. Tengo para mí que esto no es un hecho insólito ni aislado, me temo que casi a diario se dan en nuestras calles, autobuses, centros educativos y sanitarios episodios parecidos. El joven con un empleo precario cuyo contrato pende de un hilo discute con la mujer inmigrante subempleada con sus hijos a cuestas. En definitiva, dos víctimas de un mismo sistema injusto que los explota que se enfrentan entre sí. Y otros jaleando, normalmente, al más fuerte. ¿No sería mejor unirnos para combatir las causas comunes de nuestros problemas que pelearnos entre nosotros? Tal vez entonces pasemos del insulto al saludo cordial y de la amenaza a la mano tendida.

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